AED. ESTO ES TROYA

¡A TOPE EN ESTA SEGUNDA EVALUACIÓN!



ESTO ES TROYA


La escena aparece iluminada por la luz del mediodía. Sentado en el suelo, contra la muralla, un centinela duerme. 

MARINERO 1: ¡Tierraaaaaa!

MARINERO 2: ¿Tierra?

MARINERO 3 : ¿Dónde?

MARINERO 1: ¡Ahí enfrente! ¿No la ves?

ULISES: Ya era hora. Tengo los músculos entumecidos.

MARINERO 6: Como que no has cogido un remo en todo el viaje, ¡oh, astuto Ulises!

ULISES: Sin criticar, que para algo soy el jefe. Bueno, llegó la hora del discurso.

MARINERO 3: Que sea corto, porque si no, nos vamos.

ULISES: Breve, concreto y claro. Ahí va: ¡Oídme, aqueos…!

MARINERO 4: Ya te oímos, ya…

ULISES: (Retomando el discurso) Después de navegar por los siete mares, después de soportar las más feroces tormentas a través del mar Egeo…

MARINERO 5: ¡Jefe, que no ha sido para tanto…!

ULISES: ¡A callar! Aquí mando yo. Y lo que yo digo es la pura y cristalina verdad. ¿Entendéis?

MARINERO 5: Sí, jefe… Pero como has dicho que…

ULISES: ¡Silencio! A ver… ¿Por dónde iba?

MARINERO 6: Por lo de las cuatro gotas… digo… ¡tormentas!

ULISES: ¡Ah, sí! Aqueos…

MARINEROS: ¿Queeeeé?

ULISES: Después de afrontar las más peligrosas tormentas, henos aquí delante de la ciudad de Troya. (Indeciso) Al menos… eso creo.

MARINERO 2: ¿Nos podemos bajar ya de la barca, jefe?

ULISES: ¡No! ¡Qué manía tenéis con bajaros de la barca! Filomeno se bajó y ya lo visteis: se lo comió un tiburón.

MARINERO 1: Pero ahora estamos en la orilla, Ulises.

ULISES: ¿Olvidáis a los soldados troyanos? ¡Eh! ¿Lo has olvidado, marinero?

MARINERO 3: No, no...

ULISES: Pues eso: son peores que el tiburón que se comió a Filomeno. Estarán esperándonos para tendernos una emboscada.

MARINERO 3: ¡Es terrible!

ULISES: Sí que lo es. Por eso, yo, que para algo soy el más astuto, saltaré el primero a tierra y veré la forma de conjurar el peligro. Quedaos aquí hasta que os avise.

MARINERO 4: ¡A la de una…!

MARINERO 5: ¡A la de dos…!

MARINERO 6: ¡Y a las dos y media! (de un salto aparece Ulises en escena entre las risas de los marineros).

ULISES: (Enfadado) Ya me la han pegado otra vez. Si lo sé no los traigo conmigo. (se oyen las risas de los marineros) ¡Chist! ¿Es que no podéis callaros un momento? (se hace el silencio. al público) Ahora con todo sigilo me acercaré a espiar. Los troyanos estarán ya sobre aviso. (se acerca a gatas al centinela dormido. le despierta) ¡Eh, oiga, buen hombre! ¡Despiértese!

ARISTÓTELES: ¡Eh! ¡Ay! ¡Qué susto que me ha dado! ¡Creí que era el capitán! Si me pilla dormido me la gano: una semana en el calabozo a pan y agua. (Se incorporan ambos). Es muy rígido, ¿sabe usted?

ULISES: Dígame, por favor, ¿es esto Troya?

ARISTÓTELES: ¿Es que no ha leído el cartel? Pues no es grande ni nada. Si levanta la vista, lo verá. Lea usted, lea.

ULISES: (Leyendo titubeante) Es-to es Tro-ya. ¡Troya! ¡Cielos! (Aparte) ¡Oh, pérfido Paris, raptor de la preciosa Helena!

ARISTÓTELES: ¿Le pasa algo?

ULISES: No, soldado, hablaba solo. Otra preguntita, si es tan amable…

ARISTÓTELES: Diga, diga, para eso estamos. No faltaría más.

ULISES: ¿Han llegado por aquí unos griegos?

ARISTÓTELES: ¡Ni me los nombre! Desde que Paris invitó a una griega llamada Helena a pasar por aquí unos días para enseñarnos algunos trucos deportivos, no nos podemos quitar de encima a los griegos.

ULISES: Pero… ¿Agamenón, Aquiles y toda su pandilla vinieron ya por aquí?

ARISTÓTELES: ¿Que si vinieron? Ya lo creo. ¿A que no sabe qué es lo que querían?

ULISES: ¿Qué? 

ARISTÓTELES: Pues ajustarle las cuentas al Paris por haber invitado a la Helena. Estuvieron un rato discutiendo aquí y luego, como se enfadaron, se marcharon cada uno por su sitio. (Breve pausa) ¿Usted no será griego, verdad? (toma la lanza).

ULISES: (Sorprendido) ¿Yo? ¡Qué va! Es que, pasaba por aquí, y…

ARISTÓTELES: Vamos, vamos, confiéselo. ¿A que sí es griego? 

ULISES: Pues yo… No sé qué decirle.

ARISTÓTELES: Es que no nos podemos fiar. Anda suelto cada griego por ahí… (Confidencial) Tenemos orden de … (hace ademán de cortar el cuello) ¿Entiende?

ULISES: Entiendo. Por ese mismo motivo, buen hombre, ya no le canso más. Voy a dar un paseíto y… usted, a lo suyo, a vigilar, ¿eh? (Sale corriendo hacia el foro).

ARISTÓTELES: (Cuando se ha ido Ulises, y bastante escamado) Este individuo no me gusta ni un pelo. Voy a ver si coincide con la descripción. (Saca un pergamino y describe al actor que hace de Ulises). ¡Por Zeus! ¡Es él! ¡Ulises, el astuto! ¡Se ha quedado conmigo! Esto indica que han llegado más griegos y, si han llegado más griegos, es que va a haber problemas! ¡Abrid, abrid rápido!

ANACLETO: (Voz lejana dentro de la muralla) ¿Qué pasa ahí fuera?

ARISTÓTELES: Que me parece que vienen otra vez los griegos.

ANACLETO: ¡Qué pesados! ¿No será otra equivocación, Aristóteles?

ARISTÓTELES: No, Anacleto. He leído la descripción y coincide con él.

ANACLETO: ¿Con quién?

ARISTÓTELES: Con Ulises, el terror de los mares.

ANACLETO: ¿Estás seguro?

ARISTÓTELES: ¡Claro que sí! Abre de una vez la puerta.

ANACLETO: ¡Voy! (al momento se abre la puerta y entra Aristóteles apresuradamente. Mientras, en la playa, Ulises arenga a los suyos)

ULISES: ¡Aqueos!

MARINEROS: ¿Qué?

ULISES: Bajad del barco. Esto es Troya.

MARINERO 6: ¿Estás seguro?

ULISES: ¿Vas a dudar acaso de lo que afirma Ulises, el de la mano dura?

MARINERO 5: (A Marinero 6) ¿Ha dicho Ulises, el de la cara dura?

ULISES: (Amenazante) ¡Cómo te coja…!

MARINERO 5: ¡Que no he sido yo, que ha sido éste! (señalando a Homero).

ULISES: ¡Hombre, Homero! Que tú vienes a este viaje en plan periodista, no a insultar a los jefes!

HOMERO: ¡Qué dices, Ulises! El zorro de los mares no hallará jamás en mis labios otras palabras que no sean de elogio. Yo vengo a hacer un reportaje de tus hazañas y nada más. 

ULISES: Pues, ya sabes, si me sacas favorecido, hay regalito.

HOMERO: Me esmeraré y quedarás complacido.

MARINERO 1: (Aparte, a Homero) ¡Pelota!

HOMERO: Envidia pura y amarilla.

ULISES: Bien. Vamos a deliberar.

MARINERO 7: ¿A desayunar? Estupendo, yo ya tengo un poco de hambre.

ULISES: ¡A de-li-be-rar! ¡A pensar una estrategia, pedazo de hambriento!

MARINERO 7: Vale, vale, ya entiendo, ya…

ULISES: Ahí está Troya. Tras esas murallas se esconde Helena y nosotros estamos aquí para devolverla a Grecia. Aqueos… nada nos detendrá. Si hay que tirar la puerta, pues se tira y si hay que saltar la muralla, pues se salta, y si hay…

MARINERO 3: ¡Eso, eso! Se tira, se salta, se…

ULISES: ¡Silencio, imprudente! ¿Olvidas que cientos de ojos nos espían? ¿Qué las paredes oyen? ¿qué aquí, además de Helena, puede haber gato encerrado? Lo más sensato ahora es buscar a Aquiles y a Agamenón. Tengo una idea estupenda pero quiero que ellos sean testigos. Os la diré. Y tú, Homero, toma nota.

HOMERO: Tomo nota.

ULISES: Construiremos un caballo de madera y nos meteremos dentro. Cuando los troyanos lo encuentren creerán que es un regalo de los dioses e introducirán el caballo en la ciudad, entonces… cuando más descuidados estén, saldremos nosotros y… ¡Troya será nuestra!

HOMERO: ¡Maravilloso! ¡Oh, cuando se enteren en Grecia de tu astucia, genial Ulises!

MARINERO 3: Pero… ¿Se tragarán los troyanos el anzuelo?

ULISES: ¡Y dale con dudar de mí! ¡Ya veréis cómo sale bien!

MARINERO 4: Bueno, pues, hala, chicos, vamos a hacer el caballo.

MARINERO 2: Eso, vamos a hacerlo cuanto antes.

ULISES: No, aún no. 

MARINERO 2: ¿No? ¿Por qué no?

ULISES: Primero busquemos a los demás griegos. Deben de estar por ahí. ¡Seguidme! ¡En silencio y sin perderme de vista! (Salen por el foro opuesto a la entrada, andando a gatas).
(Voces en off dentro de troya)

ANACLETO: ¿Se ve algo?

ARISTÓTELES: Espera que me suba. ¡No veas lo difícil que es subir por estas escaleras!

ANACLETO: Claro, si le faltan la mayoría de los peldaños…


ARISTÓTELES: Empuja. Ya estoy casi arriba. ¡Huy, qué mareo!

ANACLETO: A ver si te caes y me pillas debajo.

ARISTÓTELES: Ya estoy… casi. (Asoma entre las almenas con el casco cubriéndole los ojos).

ANACLETO: ¿Ves algo?

ARISTÓTELES: ¡Cielos! ¡No veo nada! ¡Me he quedado ciego!

ANACLETO: Pero hombre, no seas bruto… ¡Quítate el casco de delante de los ojos! 

ARISTÓTELES: ( Se coloca el casco bien) Esto es otra cosa. Ya veo. Menos mal.

ANACLETO: (Asomando, finalmente, por la muralla) Pero… ¿Y los griegos?

ARISTÓTELES: ¡Por las barbas del gran Zeus! Que su rayo poderoso me fulmine si esto no estaba lleno de griegos hace un momento.
(Parpadeo de luces. Retumbar de truenos acompañados de relámpagos. Tras apagarse toda la escena, se encenderán varias luces formando un irreal color azul. En off)


ZEUS: (Con una voz grave e impersonal) Esto es un aviso, Aristóteles. La próxima vez te la ganas. Ya estoy harto de que mis venerables barbas estén en boca de los mortales. (al acabar el parlamento, de nuevo, luz blanca).

ANACLETO: (En tono confidencial) Cuidado con el viejo… No sabes el genio que se gasta últimamente. Tiene los voltios a flor de piel.


ARISTÓTELES: ¡Bah, no me preocupa! Seguramente, tiene la tensión baja. No hay que hacerle mucho caso.


ANACLETO: Pues, hablando de preocupación, no se ve ni un griego por aquí. Creo que te has vuelto a equivocar.


ARISTÓTELES: Pues te aseguro que he visto a Ulises, el más astuto de los griegos, aquí mismo, en la puerta, preguntando por Agamenón, el del mal genio, y por Aquiles.

ANACLETO: ¿Aquiles?

ARISTÓTELES: Sí, hombre, el que se dislocó el tobillo al desembarcar. ¿No te acuerdas que le tuvimos que prestar el Reflex?

ANACLETO: ¡Ah, claro! Vaya… Aquiles, el duro. ¡Cómo se le puso el pie! (Suena un silbato dentro de Troya). Ya está aquí Héctor. ¡Qué pelmazo! Tiene una manía con lo de la gimnasia…

ARISTÓTELES: Lo comprendo. Le hace mucha ilusión que Troya se lleve alguna medalla en la próxima Olimpiada. 


ANACLETO: ¡Claro! Como tú no das ni golpe y te quedas aquí siempre… Eres el único privilegiado.


ARISTÓTELES: Es mi deber hacer guardia. Yo vigilo la ciudad mientras vosotros, correteando alegres por ahí, tan tranquilos.

ANACLETO: ¿Y las siestas? ¿Qué me dices de las siestas tan ricas que te pegas?

ARISTÓTELES: ¡Falso! ¡Eso es falso! Nunca me duermo. Hasta cuando no tengo servicio duermo con un ojo cerrado y otro abierto. (Suena un silbato enérgicamente) Y ahora, corre, que Héctor se va a enfadar…

ANACLETO: ¡Qué injusta es la vida: Yo al duro éxodo y tú al dulce éxtasis! (Anacleto desaparece de la muralla).

ARISTÓTELES: ¡Duro con ellos, Héctor! ¡Mente sana en cuerpo sano!

HÉCTOR: (Truena su voz dentro de Troya) ¡Vamos! Abrid la puerta. ¡Más rápidos! (Se abre la puerta de la muralla y salen Héctor y seis troyanos con paso atlético. Todos visten ropa deportiva y portan sus armas: lanzas, espadas y escudos). ¡Uno, dos! ¡Uno, dos! ¡Alto! ¡Escuchadme! Los orgullosos griegos, además de organizar ellos siempre las Olimpiadas, ganan todas las medallas y luego, se inventan aquello de que lo importante es participar. Pero yo os digo que lo importante es participar y ganar. Es verdad que no hemos ganado nunca ni a las canicas. Pero esto se va a acabar. Hay que decir ¡basta! 

TROYANOS: ¡Basta!

HÉCTOR: Con todas nuestras fuerzas…

TROYANOS: (Hasta desgañitarse) ¡Basta!

HÉCTOR: Eso es. Pero como decir basta no basta, hay que entrenarse con entusiasmo, con ilusión. Este año, troyanos, tenemos una ventaja. La señorita Helena, que se encuentra concentrada con el resto de los troyanos junto al río, nos indicará los mejores ejercicios, y lo que es más importante, nos señalará los puntos débiles de los atletas griegos. Estoy seguro que muchas de esas medallas vendrán esta vez a casa, a nuestra Troya invencible. Y ahora, vamos a correr, a hacer piernas. ¿Estamos todos? ¿Falta alguien?

TROYANO 7: Sí, Héctor, falta Anacleto.

HÉCTOR: (Silbando furiosamente) ¡Que nos vamos! (Aparece finalmente Anacleto, vistiendo como los demás, deportivamente, corriendo).

TROYANO 6: ¡Qué lento eres, compañero!

ANACLETO: ¡Ofú! Tendré que atarme las zapatillas, ¿no? 

HÉCTOR: En marcha. (Todos corean el uno, dos, y salen con paso gimnástico) ¡Hasta el río!
(Apagón total y luces azules, de nuevo. Aparece, por el lado del mar, un nuevo personaje: Poseidón, dios de las aguas. Viste de espumillón plata y verde simulando algas; lleva tridente y un pez en la mano)


POSEIDÓN: (Con exagerados gestos) ¡Ay, qué dolor! Esto de tener que vivir debajo del agua es fatal para el reuma. ¡Con lo fría que está!... ¡Y encima, se me oxida el tridente! ¡Qué lata! El día que me jubile, me voy a ir a una fuente de agua dulce y calentita, y de allí no me va a mover ni el Olimpo en pleno. Este trabajo me va a matar, y sobre todo, lo que me más coraje me da es tener que organizar de en vez en cuando una tormenta. Ahora que yo, con mis olas y mis mareas, tengo bastante, y el que quiera tormentas, que las haga él. ¿No te fastidia? ¡Brrrr! ¡Qué frío me ha dado al salir del agua! (Hablando con Aristóteles) ¡Eh, mortal! ¿Has visto a don Zeus?

ARISTÓTELES: (Desde la muralla) No, señor. Pero si está esperándole, no se preocupe… Siempre tarda.


POSEIDÓN: Ya lo sé. No es capaz de salir como todo el mundo. Tiene que ser con truenos y relampaguitos para incordiar.

ARISTÓTELES: Es que… como es el padre de los dioses…

POSEIDÓN: De casi todos… De todas formas, ¿por qué no se anunciará de forma sencilla, como todo el mundo?

ARISTÓTELES: Bueno, podría hacerlo, pero no me negará que así, como lo hace él, es mucho más bonito, con sus truenos, rayos, centellas… (Suena de nuevo el trueno y brillan relámpagos) ¿Ve? ¡Ya está aquí!
(Aparece Zeus, mayestático, con larga túnica dorada, aparatosa corona y un manojo de rayos en la mano)

ZEUS: ¡Hola, Poseidón, hermano! Perdona, pero es que se me habían descargado las baterías y me he retrasado. ¿Te gustó mi aparición?

POSEIDÓN: No ha estado mal. Quizás si hubieras aparecido con un poco más de bombo y platillo…

ZEUS: Todo está previsto. En cuanto me suban el presupuesto en el Olimpo, me incluyo una traca y una banda de música cada vez que descienda a la tierra.

POSEIDÓN: Estarás precioso; eso, yo, no me lo pierdo. ¿Y qué? ¿Apostamos o no?

ZEUS: Pero si está claro: los griegos, como siempre, serán los vencedores de las Olimpiadas. Si apuestas, es seguro que pierdes.


POSEIDÓN: Estás acostumbrado a que ganen los griegos. Pero esta vez los troyanos darán la sorpresa. (De modo confidencial) Nuevas técnicas… Entrenamientos secretos…

ZEUS: A pesar de todo, ya verás. Los griegos son los mejores deportistas del mundo. Fíjate: ahora tenemos uno que en el lanzamiento de plato no hay quien le gane. Creo que se llama Discóbolo.

POSEIDÓN: Bueno… Pueden llevarse una medalla… Tal vez, dos… Pero las restantes serán de los troyanos. Y me apuesto un cambio: Si ganan los troyanos, tú ocuparás mi lugar en el mar y yo organizaré todos tus rayos y truenos… ¿Qué te parece, hermano?


ZEUS: De acuerdo. Pero quiero que sepas que perderás la apuesta, a pesar de esas nuevas tácticas.

POSEIDÓN: Ya lo veremos. Ahora me voy, que me he dejado a las sirenas discutiendo y cuando vuelva, no sé qué me voy a encontrar.

ZEUS: Pues, hala, vete… Yo también tengo prisa. Aprovecharé que tengo las baterías a tope y que además, estoy de muy buen humor, para fulminar a unos pocos que me tienen hasta la coronilla.

POSEIDÓN: ¡Ea! Adiós… y en Olimpia nos encontraremos. 
(Poseidón se dirige al lado del mar. Se oye un chapuzón. Zeus, a su vez, marcha por el lado contrario, entre flashes y truenos. Luz blanca. Aristóteles ha desaparecido de la muralla. Aparecen, entonces, Ulises, Agamenón, Aquiles y Homero andando sigilosamente)

AGAMENÓN: Por aquí. Hemos de sorprenderles. Un ataque relámpago y Troya caerá en nuestras manos. (Se esconden tras las rocas).

AQUILES: ¿Cómo? ¿Con qué escaleras llegaremos a lo alto del muro? ¡Mira que haberte venido sin escaleras! Ya lo decía yo: “Algo se nos olvida.” Y eran las dichosas escaleritas.

AGAMENÓN: No volvamos a empezar. Te dije que anotases lo que hacía falta, pero como nunca me escuchas y siempre haces lo que te da la gana…

AQUILES: Bastante tengo yo con mi pie hinchado para que encima vengas a reprocharme el haberte olvidado de las escaleras. ¿Sabes una cosa?

AGAMENÓN: ¿El qué?

AQUILES: Como sigas así, cojo mi barco y me vuelvo a Grecia.

AGAMENÓN: Bueno, vete. ¡Mira tú! Aquí no haces ninguna falta. ¡Vaya con el invencible! Y lo primero que hizo al pisar Troya fue torcerse un pie.

AQUILES: Es mi único punto vulnerable.

AGAMENÓN: La mala pata que tienes y que has contagiado a todo el ejercito. Todos se han vuelto a Grecia menos nosotros.

AQUILES: Yo no tengo la culpa de que las Olimpiadas se celebren dentro de dos semanas y que los soldados no quieran perdérselas.

ULISES: ¡Basta ya!


HOMERO: Son las palabras más sabias que oigo en un buen rato.


ULISES: Si seguimos así esta guerra va a durar una eternidad. Si conocierais a mi esposa y supierais el mal genio que tiene, ya habríamos acabado. ¡Cómo se pone cuando me retraso!

AQUILES: ¡Anda que la mía! Está todo el día de compras. No sabe hacer otra cosa: comprar, comprar y comprar. ¡Ah! Ahora que me acuerdo: me ha encargado que le compre un espejo.

ULISES: Pues Penélope, mi mujer, tiene otras manías. Hacer punto, por ejemplo. Tengo tantos jerséis que estoy aburrido.

HOMERO: (Arrojando al suelo el bloc de notas) ¡Qué rollo! Ni esto es una guerra ni nada que se le parezca. Yo soy un periodista de acción y no he venido a enterarme de que si uno tiene que llevar un espejo o que Ulises tiene muchísimos jerséis. ¡Ya estoy harto!

AGAMENÓN: Tienes razón, Homero. ¿Empezamos a trabajar, o no?


ULISES: Empecemos. (A Homero) Toma nota.

HOMERO: (Refunfuñando) Tomo nota. Vamos a ver qué pasa ahora.

AQUILES: Claro que lo vas a ver. Voy a entrar en acción ahora mismo.

ULISES: ¡Alto, insensato! No tardarían esas murallas en llenarse de soldados que nos convertirían en coladores con sus flechas.

AGAMENÓN: ¿Qué hacemos entonces?

ULISES: Emplear la astucia. Voy a acercarme a mirar por la cerradura y después de ver la situación, os explicaré el truco del caballo. (Se acerca cautelosamente a la puerta).

AQUILES: Curiosear. Nada más que curiosear. Y luego hablan de las mujeres. (Ulises se acerca a la puerta y al asomarse por la cerradura, comprueba que está abierta. Regresa corriendo).

UILISES: ¡Está abierta!

AGAMENÓN: ¿Estás seguro?

ULISES: Segurísimo.

AQUILES: Pues, adentro.

AGAMENÓN: ¿Así de fácil? Puede ser una trampa.

ULISES: Es verdad: caeríamos como tontos en la boca del lobo.

AQUILES: Tú eres el general: Agamenón, decide la estrategia.

AGAMENÓN: Hasta estar seguro… ¡Esperaremos aquí!

ULISES: Es desperdiciar la ocasión. Yo voy a ir.

AGAMENÓN: Bueno, ve. Pero que conste que yo me lavo las manos.
(Ulises se acerca de nuevo a la puerta; tras colocarse bien el casco y la capa, llama educadamente)

ULISES: ¿Se puede? (Silencio) ¿Dan ustedes su permiso? (silencio) ¡Hola!

AQUILES: Esto me huele a chamusquina.

AGAMENÓN: (Colocándose junto a Aquiles, y oliendo su axila) ¡A mí me huele todavía peor!
(Ulises entra, mientras tanto en Troya, y regresa rápidamente)

ULISES: ¡No hay nadie!

AQUILES: ¿Es posible?

ULISES: Homero, anota. No me negarás que esto se está poniendo interesante… 

HOMERO: Sí, muy interesante, pero también muy feo.

AGAMENÓN: Es cierto. Yo veo aquí una trampa como la copa de un pino. Los troyanos deben esperar que entremos para capturarnos. Está clarísimo.

ULISES: Pero… ¡No se ve a nadie! ¡La ciudad está vacía!


AQUILES: Hay que decidirse por algo. (Se oye lejano el uno, dos de los troyanos que se regresan).

AGAMENÓN: ¿Qué es eso? ¿Tropas que se acercan?

ULISES: ¡Claro! Es que han salido todos y han olvidado cerrar la puerta de la ciudad.

AQUILES: Entremos en Troya y será nuestra. ¡A correr! (Todos lo hacen hacia Troya. Aquiles, cojeando, queda rezagado.) ¡Corred… pero no tanto, que me quedo atrás. ¡Esta mala pata! (Ulises vuelve para ayudarle).

ULISES: ¡Apóyate en mí! (Entran en la ciudad) 

AGAMENÓN: ¡Cierra! ¡Por tu madre, cierra, Aquiles!

AQUILES: ¡Ya voy! ¡No me grites!

ULISES: Mirad quién está aquí: el centinela.

ARISTÓTELES: (Despertando alarmado) ¿Eh? ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? ¡Arrea! ¡Los griegos!

AQUILES: ¡A por él! ¡Que no se escape! 

ULISES: ¡Cogedle!

ARISTÓTELES: ¡Socorro! (Suenan carreras, golpes y gritos a discreción. Luego, tras abrirse la puerta, sale precipitadamente Aristóteles sin capa, casco ni armas. Luce además un hermoso moratón en un ojo).


AGAMENÓN: (Desde la muralla) Se os ha escapado. Así no vamos a ganar la guerra, ni mucho menos las Olimpiadas.

AQUILES: Pero, ¿es que no sabes que no puedo correr?

ARISTÓTELES: (En el centro de la escena) ¡Ay de mí! ¡Pobre desgraciado! ¡He entregado la ciudad a los griegos! La maldición de los dioses caerá sobre mí. No merezco ni el pan que me como, ni las siestas que me duermo, ni la vida que me doy. (Transición) ¿Quién habrá sido el listo que ha dejado la puerta de la muralla abierta? Él tiene toda la culpa. Además, ¿qué puedo hacer yo contra el astuto Ulises (se van asomando por la muralla haciendo poses caricaturescas), el intrépido Aquiles y el esforzado Agamenón! ¡Por los dioses! ¡Por ahí vienen los míos! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡A mí! 

HÉCTOR: (Con voz lejana) ¿Qué ocurre, centinela?

ARISTÓTELES: Los pérfidos griegos están en la ciudad. Se han apoderado de ella, y a pesar de que me he defendido como un león y un tigre juntos, eran demasiado para mí. (Entran los troyanos, Héctor y Anacleto).

HECTOR: ¡Vaya! ¡Te han dejado hecho una pena!

ARISTÓTELES: Es verdad… Y menos mal que huí.

HÉCTOR: ¿Cómo? ¿Un troyano huyendo?

ARISTÓTELES: Menos mal que… ¡Huy, qué dolor! Digo que, menos mal que me defendí ferozmente.

HÉCTOR: ¡Ahhh!

ANACLETO: Troya perdida. No nos podemos quedar así, tan tranquilos.

TROYANO 2: Asaltemos las murallas.


TROYANO 3: Sí, Héctor, asaltemos las murallas.


TROYANO 4: Somos más poderosos que ellos.

TROYANO 1: Y mucho más valientes.


TROYANO 6: Y más guapos.

TROYANO 7: Y más atléticos.

TROYANO 5: Y, además, Troya, nuestra ciudad, nos protege. 

TROYANO 1: No lo dudemos más: ¡Asaltemos las murallas!

HÉCTOR: Deteneos. ¿No sabéis quienes están tras esos muros?

TROYANO 1: No, Héctor… no lo sabemos.

TROYANO 4: En todo caso, son griegos, solo griegos.

TROYANO 6: Sólo hombres.

HÉCTOR: Hombres, dices... Ahí están Agamenón, Aquiles y Ulises.

TROYANO 7: ¡Que Ares, dios de la Guerra, nos proteja!

ULISES: (Haciendo burlas desde las almenas) ¡Eh, los de fuera! Y no os llamo troyanos porque Troya ya es nuestra, de los griegos. Si habéis perdido vuestra ciudad, ¿cómo no vais a perder los Juegos Olímpicos?

HÉCTOR: ¡Troyanos! ¡No lo escuchéis! Recuperaremos nuestra ciudad. Pero antes, vamos a deliberar de qué manera lo haremos. ¡Seguidme!
(Salen. Ulises puede continuar el juego de las burlas a juicio del director. Luego, Aquiles se asoma a la muralla)

AQUILES: ¿Se han ido?

AGAMENÓN: Van a deliberar.

ULISES: De nada les servirá. Tenemos todas las ventajas. (Suspira soñador) ¡Qué contenta se pondrá mi Penélope cuando se entere de que somos los dueños de Troya! Más de uno en Atenas se va a morir de envidia.

AGAMENÓN: Sí, sin embargo, ¿qué valor tiene apoderarse de una ciudad vacía?

AQUILES: No, si ahora lo habremos hecho mal… No sé cómo te aguanto. ¿Queríamos conquistar Troya? Pues ya está conquistada.

AGAMENÓN: ¿Y qué es lo que hemos conseguido? Encerrarnos dentro de una muralla, rodeados de troyanos. ¿No es como estar en la cárcel?

ULISES: ¡Por Zeus! Es verdad. ¿Ulises prisionero? ¡Jamás! ¡Voy a salir! ¡Sujetadme que salgo!

AGAMENÓN: Sal, astuto Ulises, y que se te acabe la astucia para siempre. Te cogerán y yo me alegraré muchísimo porque por tu culpa estamos encerrados.

ULISES: ¿Por mi culpa? ¿Os he ayudado yo a entrar?

AQUILES: A mí, sí. Además me ocurre como a Agamenón, tampoco me gusta apoderarme de ciudades vacías. Si ya me lo dijo mi mujer: "Aquiles, ¿qué se te ha perdido a ti en Troya?". Y, ¡pobrecita! …algunas veces tiene razón: ¿qué se me ha perdido aquí?

ULISES: No te pongas así, hombre. A mí también me hubiese gustado conquistar Troya como los dioses mandan. Tenía preparado el truco del caballo y…

AGAMENÓN: Silencio. Viene alguien. (Entra Héctor portando una bandera blanca).

HÉCTOR: Quiero hablar con vosotros.

AGAMENÓN: Pues di, te escuchamos.

HÉCTOR: Os ruego que nos devolváis la ciudad y os marchéis. (Ríen los griegos estrepitosamente). Veo que os hace gracia, pero… ¿os habéis dado cuenta de que estáis prisioneros? 

ULISES: (Inseguro) Pues… no… no nos hemos dado cuenta.

HÉCTOR: Estáis rodeados de murallas, y rodeados de soldados. No podéis salir… 

AQUILES: (Aparte) Ya me lo temía yo.


HÉCTOR: (Sarcástico) Y… ¿sabéis cuánto falta para las Olimpiadas?


AGAMENÓN: Dos semanas. ¿Por qué lo preguntas?


HÉCTOR: Porque están ya a la vuelta de la esquina. Tu misión secreta era evitar que asistiéramos a las Olimpiadas, y va a resultar exactamente al revés. Todos los troyanos iremos a Olimpia.

ULISES: Nosotros saldremos en cuanto vosotros hayáis zarpado.

HÉCTOR: ¿Creéis que os dejaremos algún barco?

ULISES: ¡Por todos los dioses! ¿No iréis a dejarnos sin Olimpiadas?

HÉCTOR: Vosotros nos habéis dejado sin ciudad.

ULISES: Pero, eso es otra cosa.

HÉCTOR: Bueno, allá vosotros. Me voy.

AGAMENÓN: Tienes que comprender que no podemos rendirnos. ¿Qué dirían en Atenas?

HÉCTOR: ¿Quién lo iba a saber?

ULISES: ¿Qué quién lo iba a saber? ¿Sabes quién está en la ciudad?

HÉCTOR: ¿Quién?

ULISES: Homero el reportero. Ese periodista lo cuenta todo. ¡No veas lo chismoso que es!


HÉCTOR: Y… ¿si conquistamos la ciudad, os marcharéis?

AGAMENÓN: Si la conquistáis no tendremos otro remedio… Pero no os la entregaremos.


HÉCTOR: Troya será nuestra (sale).


ULISES: ¿Qué vamos a hacer? 


AGAMENÓN: Nos defenderemos. No me importa perderme las Olimpiadas, pero yo no me vuelvo a Atenas así, sin más, para que luego en el ágora me pongan como un trapo. No, señor. Soy un general.

AQUILES: Pues aquí tienes un compañero que será cojo pero no manco. ¡No nos rendiremos!

ULISES: Pues, ya somos tres. Para entrar en la ciudad, tendrán que pasar por encima de… de… ¡las murallas!

AGAMENÓN: ¡Aquiles, Ulises y Agamenón…!

ULISES Y AQUILES: ¡… Un zorro, un tigre y un león!

AGAMENÓN: Ahora, andando, a trabajar. Aseguremos la puerta y preparemos la defensa. (Desaparecen los tres de la muralla; los troyanos, entretanto, entran sigilosamente empujando un caballo de madera, que sitúan en el centro de la escena. Cuando terminan, salen).


AQUILES: (Dentro de la ciudad) Ya está todo.

AGAMENÓN: Pues, a la muralla, y a vigilar.

ULISES: Yo haré la primera guardia. (Se asoma y ve el caballo) ¡Cielos! ¡El caballo! ¡Me han copiado la idea! ¡Y sin permiso! ¡Agamenón! ¡Aquiles! ¡Venid...! (Suben ambos a la muralla).

AQUILES: ¿Qué pasa?


AGAMENÓN: Mira, un caballo. ¡Un regalo de los dioses!

ULISES: Agamenón, no seas fantástico. Es un regalo de los troyanos. Me han copiado el truco que yo tenía preparado para entrar en la ciudad. Dentro de ese caballo debe estar Héctor escondido.

AQUILES: Ya lo veo claro. Nosotros creemos que es un regalito… lo metemos dentro… y…

AGAMENÓN: …cuando estemos dormidos, sale Héctor y ¡zas!... ¡De patitas en la calle!

ULISES: Eso es, en la calle… Pero que conste que la idea del regalito de los dioses era mía.

AQUILES: (Socarrón) ¡Claro! Todas las buenas ideas son de Ulises…

ULISES: ¿Es que no me crees? La idea del caballo es mía. Podéis preguntar a Homero.

AQUILES: ¿Dónde está?

AGAMENÓN: Curioseando por la ciudad. Dice que ha inventado el turismo o algo así.

AQUILES: ¿Qué es eso?

AGAMENÓN: Pues… ir a los sitios a ver, ponerse sombreros raros, meterse en el agua del mar, ponerse al sol para tostarse… ¡Manías!

ULISES: ¡Cosas de locos!

AGAMENÓN: Está bien. Dejémonos de charlas y pensemos lo que vamos a hacer.

AQUILES: Yo no hago nada sin que Homero esté delante. Luego no me creen en Atenas.

ULISES: Lo llamaré: ¡Homero! ¡Homero!

HOMERO: (Dentro) ¿Qué queréis ahora? ¡Pesados! ¡Ya voy!

AGAMENÓN: De cualquier modo, no debemos meter el caballo en la ciudad.

ULISES: Hay que salir fuera, abrir el caballo y hacer prisionero a Héctor. Podremos volver a Grecia con él y…


AQUILES: ¡Será la victoria más grande jamás vista! Imaginaos: llevar a Héctor prisionero.

AGAMENÓN: Y conseguir, de paso, que los troyanos no participen en los Juegos Olímpicos. 

HOMERO: (Sale de la muralla) Ya estoy aquí. ¿Qué pasa?

AQUILES: Ha llegado el momento de la acción. Queremos que escribas todo lo que sucede.

AGAMENÓN: Sí, manos a la obra. Iremos preparados. (Bajan todos de la muralla. En Off) Inocentes troyanos: creen que vamos a caer en la trampa y son ellos mismos los que caerán. (Abren la puerta y se dirigen al caballo. Mientras, los troyanos, a sus espaldas, van entrando sigilosamente en Troya. Homero toma nota afanosamente).

ULISES: (Los griegos rodean el caballo y lo miran y tocan por todas partes). Ahora sólo hay que abrirlo.

AQUILES: No se ve por dónde hacerlo.

HOMERO: (Recitando) Buscaban desde el rabo a la nariz
si aquel caballo se podía abrir.

AGAMENÓN: A lo mejor se abre desde dentro. 

ULISES: Si es así, lo forzaremos y sacaremos a ese maldito troyano.

HOMERO: Los ínclitos griegos buscaban la clave: abrir el caballo sin ninguna llave.

AQUILES: A mí me parece que este caballo es demasiado pequeño para que Héctor quepa dentro. 

AGAMENÓN: Es que, tampoco es muy alto, y si está encogido…

AQUILES: Esto no me gusta ni un pelo. (Los troyanos han cerrado la puerta y se encuentran ya en las murallas).

HÉCTOR: ¡Eh, griegos! ¿No sois los más astutos del mundo? (Los griegos estallan en exclamaciones de 
sorpresa).


ULISES: ¡Por todos los diablos! ¡Nos la han jugado! Y eso de los más astutos lo dicen por mí.

ARISTÓTELES: Toma nota, Homero.

AGAMENÓN: ¡Qué ridículo tan espantoso! ¿Qué hablarán de nosotros en Atenas? 


AQUILES: Toda la culpa es tuya, Ulises. ¡Mira que el rollo del caballo...!

ULISES: No es ningún rollo… Es que los troyanos lo han hecho mal.

AQUILES: Todos esto nos pasa por venir a molestar. ¡Si ya me lo dijo mi mujer!

ULISES: Nos está bien empleado.

HÉCTOR: Bueno, griegos… ¿Ahora, qué? ¿Os iréis?

AGAMENÓN: Dimos nuestra palabra.

ULISES: Al menos tenemos el consuelo de que ganaremos en las Olimpiadas.

HÉCTOR: Eso ya lo veremos.


HOMERO: Ahora sí que me va a salir un buen reportaje. Ya parece que estoy viendo los titulares: “Espantoso ridículo en Troya!

ULISES: ¡Calla, pájaro de mal agüero! ¡Tú no escribirás nada de eso!

HOMERO: ¿Qué no? También escribiré: “Fracasado el intento secreto de Agamenón”.

AGAMENÓN: Homero, Homerillo… ¡No me puedes hacer eso!

HOMERO: ¿Creéis que no? Claro que puedo. (Prosigue) “El invulnerable Aquiles, lesionado”. 

TODOS: De ninguna manera. Tú escribirás lo que nosotros te dictemos.

HOMERO: ¡Ja, ja, ja!

ULISES: ¡Anda, sé bueno!

AGAMENÓN: No nos hagas esa faena, hombre… Todos se reirán de nosotros.

AQUILES: Puedes pedirnos lo que quieras.

AGAMENÓN: Sí, eso es, lo que quieras… pero no escribas nada de lo que nos ha pasado.

HOMERO: Lo pensaré. (Los tres rodean a Homero, afectuosamente)

ULISES: Claro que sí, lo que tú quieras.

AGAMENÓN: Vámonos. Aquí no hacemos nada.

HOMERO: De acuerdo. Pero yo no remo, ¿eh? Bastante he remado para llegar hasta aquí.

AQUILES: Como quieras, Homero. Remaremos nosotros.

AGAMENÓN: Y a ver lo que escribes.

AQUILES: Tú lo que tienes que hacer es venir a mi casa; eso, te invito, y allí escribes tranquilo ¿vale? (Salen)




ULISES: Siéntate aquí, Homero; estarás más cómodo.

AGAMENÓN: ¡Atención! ¡A los remos! ¡Uno! ¡Dos! ¡Uno! ¡Dos!...

HÉCTOR: (A Aristóteles) ¡Hala! ¡Abajo todos! Y tú, a vigilar. Con los ojos bien abiertos, es decir, con el ojo bien abierto porque el ojo morado no lo podrás abrir bien, ¿no?

ARISTÓTELES No, Héctor, no lo puedo abrir bien. Pero no importa. Podéis estar tranquilos. (Queda solo en la muralla, suspirando) ¡Qué paz! ¡Al fin nos hemos librado de los griegos! ¡Pobrecillos, se han ido tan tristes! (Suena un trueno y se ven relámpagos que iluminan la escena. La luz, de nuevo azul, irreal. Aparece Zeus).

ZEUS: ¡Oh, mortal! ¿Has visto a Poseidón, mi acuático hermano?


ARISTÓTELES: ¡Oh, padre Zeus! La última vez que lo vi fue cuando conversabas con él, esta mañana.

ZEUS: ¡Oh, mortal! Muchísimas gracias.

ARISTÓTELES: ¡Oh, gran Zeus! De nada. A mandar.

ZEUS: ¿Dónde estará metido? De todos los dioses, éste es el más fresco, y no solo porque viva en el agua, siempre en remojo, sino porque nunca sabe nadie donde está. Y el mar… ¡Ay, el mar! ¡Es tan grande! Menos mal que tengo recursos para todo. Enviaré un rayo sobre las aguas y vendrá al instante. (Se acerca al lateral y hace ademán de arrojar su haz de rayos. Suena un trueno formidable). Ya está. No tardará. Hay que reconocer que es un buen chico este Poseidón, obediente y muy al tanto de sus obligaciones. Sin embargo, lleva tantos años en el agua que no me importaría darle unas vacaciones.


POSEIDÓN: (En off) ¿Quién me llama? ¿Quién osa molestar a Poseidón, el dios del mar?

ZEUS: Soy yo, no te enfades.


POSEIDÓN: (Aparece con la cara y las manos completamente negras) ¿Qué quieres, jefe?

ZEUS: Pero… ¿qué es eso? ¿qué te ha pasado? No hay quien te conozca.

POSEIDÓN: ¡Ah, lo de la cara! Fácil: me han nombrado presidente honorífico de la Agrupación de Pulpos y Calamares del Mar Egeo, y en la elección, al aplaudirme, me han puesto perdido de tinta. ¿Qué querías?

ZEUS: Aclarar contigo lo de la apuesta. Dijiste lo que haríamos si perdieran los griegos, pero… ¿qué ocurriría si ganaran? 

POSEIDÓN: Nada.

ZEUS: ¿Cómo es eso?

POSEIDÓN: Que he decidido no apostar. En el momento que me llamaste estaba haciendo las maletas. Me voy.

ZEUS: ¿Te vas? ¿A dónde?

POSEIDÓN: A cualquier sitio en donde las aguas estén más calentitas. Este mar tan grande es demasiado frío para mi reuma. 

ZEUS: De vacaciones, ¿no?


POSEIDÓN: Algo así.

ZEUS: Los dioses no tenemos vacaciones.


POSEIDÓN: Pues yo voy a tener las primeras. Por lo tanto… ¡Hasta la vista! (Sale)


ZEUS: Pero, hermano, ¿me vas a dejar sin apuesta en estas Olimpiadas?


POSEIDÓN: (En Off) Los dioses sabemos el futuro. ¿Para qué vamos a apostar? ¡Adiooooos! (Se oye un chapuzón)

ZEUS: (Gritando hacia el mar) ¡Para divertirnos! ¡Vuelve, Poseidón, vuelve! (Desolado) ¡Es inútil! No quiere jugar conmigo… y tiene toda la razón: los dioses lo sabemos todo y eso es muy aburrido. ¡Pero me gusta tanto jugar, suponer que no sé lo que va a ocurrir! (Se sienta tristemente sobre las rocas) Es una lata ser tan listísimo. 

ARISTÓTELES: ¡Señor Zeus! ¡Señor Zeus!

ZEUS: ¡Eh!

ARISTÓTELES: No se ponga triste, por favor.

ZEUS: ¡Ay, Aristóteles!... Es que me siento tan solo. Nadie quiere jugar conmigo. Aunque sea a las apuestas.


ARISTÓTELES: Yo jugaría, pero… como lo sabes todo…

ZEUS: ¿Lo ves?

ARISTÓTELES: Hay otros juegos más divertidos. En vez de lanzar rayos que hacen daño, podrías lanzar serpentinas, confetti y caramelos, cantar canciones…

ZEUS: ¿Tú crees?

ARISTÓTELES: Claro que sí, llamaré a mis compañeros y saldrán a cantar canciones y a jugar contigo. Espera. No tardo. (Desaparece)

ZEUS: ¡Jugarán conmigo! Soltaré mis terribles rayos porque desde hoy sólo arrojaré serpentinas y papelillos de colores. (Se abren las puertas de la muralla y salen Héctor, Anacleto, Aristóteles y los demás troyanos. Traen bolsas de caramelos y confetti que, entre todos, arrojarán al público. Bailan y cantan, alegremente)

TODOS: Cuando estés aburrido
Vente a jugar
A comer caramelos
Cantar y bailar.
Verás qué bien
Lo vamos a pasar.
¡Con tanto lío!
Con tanta guasa!
No importará quien gane
En la Olimpiada.
Señor Zeus
, señor Zeus…
¿No baila usted?
No bailo, no bailo
No bailo porque no sé.





(Así, de esta forma tan alegre, para finalizar el espectáculo y casi sin darnos cuenta
CAE EL TELÓN)

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